Él
Quedaban aún diez minutos largos cuando llegué. Como siempre
voy a algún sitio con impaciencia, queriendo adelantar las manecillas del reloj
para que ese momento, fuera cual fuese, llegase ya.
No somos muchos, sin embargo un buen cubero sabe cuán llevaderas hace las
esperas un cubo de Rubik en esos momentos en los que aguardas un bus, o como
era el caso, cuando esperas a alguien.
La gente empezaba a salir: era
la hora, así que guardé el cubo en la mochila.
Pasado un rato la vi salir de clase: llevaba una camiseta negra, de tirantes, y
el pantalón largo vaquero le daba un aire desenfadado, destacando un poco quizá
entre la moda de pantalón corto que lucía por todas partes. – ¡Malditos
pantalones cortos, están destrozando escocia! – reí para mis adentros.
Y pelirroja. Sobre todo,
pelirroja. Nunca supe por qué, pero me volvían loco, y aún lo hacen. Aún no lo
entiendo, el pelo es lo de menos en una persona para mí pero… me encantan.
Ella
Y entonces le vi, con actitud relajada, esperando apoyado en
una pared. Y me vio.
Y fui hacia él. Al estar frente a frente alzó la mano y me la estrechó,
sonriendo. Eso me gustó.
- - De modo que este es tu instituto, donde tus
profes te ponen deberes…
- - ¡Cállate, no empieces! – Le dije al tiempo que
le golpeaba el hombro.
- - Oh, vamos Anita, tienes que portarte bien…
Lo cierto es que, aunque me sacaba de quicio cuando me hacía
eso, al mismo tiempo me gustaba, aunque no pensaba decírselo.
- - ¿Vamos? – Me dijo
- - Vamos.
Era el último día de clase y la
primera tarde de vacaciones. El plan era pasar la tarde jugando como si no
hubiera mañana.
Él
No podía dejar de mirarla. Me resultaba atractiva su forma
de… de todo.
Era evidente que, habiéndonos visto tan sólo unas pocas veces, aún no se había
acostumbrado a verse caminando a mi lado. Si hubiese tenido que ponerle un
nombre a la sensación que me transmitía… la expresión quizá hubiera sido…
digamos, “puesta a prueba”. Todo eso me parecía divertido y atractivo por igual.
En poco más de unos minutos estábamos en su casa, y en mucho
menos en su cuarto.
Era muy… cómo decirlo: suyo. Me gustó.
Aún tenía detalles de una niñez abandonada a regañadientes,
pero al mismo tiempo el orden en el escritorio y zona de trabajo que tienen ese
tipo de personas llamadas “responsables” por los “adultos” entre las que no
puedo incluirme. Personalmente a mí me era imposible conservar ese orden en mi
mesa de trabajo durante mucho tiempo.
No era la primera vez que entraba a casa, aunque sí a su
cuarto, que por lo general era inexpugnable mientras permaneciesen sus padres
en casa, cosa que ese día, no le preocupaba tanto por algún motivo.
- - ¿Qué ponemos entonces? – Le dije – ¿empezamos
por la primera? – Al tiempo que me preguntaba en voz baja: “¿Llegaremos a la
última?” No lo pensaba por ningún motivo en especial, pero si a alguien conozco
bien es a mí mismo, y la lógica me obligaba a hacerlo. Había llevado conmigo en
una bolsa tanto mi PS1 como mi PS3, y bastantes juegos.
-
- Me parece bien, PS1 entonces, pero ya sabes,
primero Tekken.
- - He traído el tres – respondí.
- - Perfecto.
Y diciendo eso se levantó a ponerlo,
cayendo uno de sus tirantes hacia un lado.
No parecía darse cuenta, pero no dejaba de mirar su hombro, no queriendo y sí
al mismo tiempo imaginar qué formas en la piel ocultaría, hacia arriba el pelo,
por su cuello, y hacia abajo la ropa, por su cintura.
Ella
Ya íbamos 3-0. El Tekken no parecía ser lo suyo.
Noté por el
rabillo del ojo que me miraba, de soslayo, y me puse bien el tirante. No parecía
tan relajado como cuando me esperaba al salir de clase. Eso comenzó a
inquietarme: ¿qué creía que iba a pasar?
-
(Nada. – Me dije – No va a pasar nada. No ahora.)
Pocas veces había conectado tanto con alguien en tantos
aspectos, y mentiría si dijese que a menudo no había cruzado mis pensamientos
esa posibilidad, pero siempre en torno a un futuro… ¿relativamente lejano…
cercano? Y ahora estaba en mi cuarto. ¿Qué demonios hacía en mi cuarto?
Sigue jugando, idiota. Te está remontando un poco en el
juego…
Y cada vez que me lo proponía, le apalizaba, pero cuando por casualidad, mientras
jugábamos, su mano rozaba la mía volvía a distraerme. Maldito. ¿Lo hacía a adrede?
- - (Por dios – pensé, – que no tarden demasiado mis
padres por favor.)
Y entonces, irónicamente en respuesta a mis pensamientos,
oscuridad. Oscuridad total.
- - (Oh, por favor, ¿en serio? – Pensé, intentando
aparentar que mantenía la calma. – Me levanté y miré por la ventana: no había
más luz que la de las estrellas en toda la calle.).
- Vaya, se ha ido en todas
partes.
- - Pues nada – dijo él al tiempo que se recostaba
hacia atrás – me quedo sin jugar a la PS2 de nuevo, qué
remedio.
Me resultaba curioso, (mucho) el que, ahora que yo estaba
nerviosa, a él sin embargo se le veía más relajado, boca arriba en la cama, con
los ojos cerrados.
- - ¿Y ahora qué? – dijo sin siquiera abrir los
ojos, esbozando al techo una media sonrisa al terminar.
- - (Bésale, ahora mismo – dijo alguien en mi
cabeza.)
- - (Ni muerta, ¡es casi un extraño!, además, aunque
quisiese no podría.)
- - (Tú lo has dicho: “casi”. Haz una cosa, mírale
ahí como está y respóndele, o mejor aún, respóndete, ¿y ahora qué?)
- - Pues… no lo sé. Ni siquiera están las farolas
encendidas. – Dije, tras unos momentos de duda.
- - (Espera… mis padres habían ido al cine, y si tampoco
hay luz allí, no podrán sacar el coche del parking. No. No, no, no. ¿Por qué
pienso eso?)
Él
Su forma de actuar, de hablar, incluso de moverse cambiaron
ligeramente cuando se fue la luz. A mí, simplemente me hizo gracia. Obviamente
a ambos nos pasaba la misma imagen por la cabeza.
- - Cálmate, ya volverá – le dije.
Se tumbó a mi lado, a una distancia más que prudencial, que
supuse que había calculado a propósito. Hablamos un rato: de relaciones
pasadas, del futuro, de formas de pensar… intenté evitar el tema de libros e
incluso series; sabía perfectamente cuánto se alargaría. Mi imaginación volaba,
y mi cuerpo iba llenándose poco a poco de esa sensación que llamamos
excitación, aunque no me guste el término en este contexto. Era irremediable
dadas las circunstancias, y supuse que a ella le ocurría lo mismo.
De repente en uno de los silencios especialmente largo que
ocupaba el lugar entre un tema de conversación y el siguiente, me vino un
impulso: “vamos a ver si se pone nerviosa… ”, me dije a mí mismo.
- - Oye… –
dije, al tiempo que roté sobre la cama, quedando boca abajo, echado justamente
sobre ella, sujetando mi peso con los brazos, e impidiendo con ellos cualquier
ruta de escape que ella pudiese tomar.
- - ¿Qué hac…? - intentó decir, pero le tapé la boca.
Me fijé en sus ojos: me transmitían tanto y tan poco a la
vez, si es que es eso posible… Parecían decir “¿por qué a mí?” y “¡ni se te
ocurra!”, al mismo tiempo. Imaginé que su cabeza debía ser un hervidero de pensamientos
de alarma en ese momento, así que, antes de que pudiese hacer nada, tomé la
iniciativa, enfocando su atención en una pregunta, en lugar de pensamientos
como “he de salir de aquí” que seguramente le cruzaban por la mente.
Acerqué mi cara a la suya, en diagonal, como deslizando sobre
un carril invisible que recorría sus pómulos, hasta que mi boca estuvo a un
milímetro de su oído.
- - ¿Sabes qué me apetece hacer ahora? – le susurré,
al tiempo que rocé levemente su oreja con los labios y los dientes.
- - Ha… - de su boca salió un intento de balbuceo,
pero no me contestó.
Me encantó sentirla tan abrumada. Me encantó cómo su pecho
empezaba a golpear al mío, con el que ya estaba en contacto al ir doblando los
brazos que me sostenían, y aún más que lo hiciera cada vez con más fuerza.
Volví a llevarme a la boca su oreja, y esta vez me permití rozarla con la
lengua justo antes de hablar:
- - Me apetece echarme un lol, ¿a ti no? – dije,
rompiendo toda tensión anterior.
- - ¡PERO SERÁS…! – me pegó en el hombro, mitad indignada,
mitad divertida, y sonreí con todas mis fuerzas, cosa que ella no tardó en
hacer.
- - Ya te vale… además, si se ha ido la luz, ¿cómo
pretendes que juguemos un lol, teniendo además, un solo ordenador? – me replicó
rápidamente. Era el primer acto de valentía que realizaba en un cuarto de hora,
y le saldría caro – Anda, quita de encima.
-
- No pretendo jugar al lol – respondí
sencillamente.
- - ¿Ah no? Ya lo s… – intentó decirme, justo antes
de que hundiera mi boca en la suya.
No sabría decir por qué hice lo que
hice en ese momento exacto; tenía en mente la situación, sí, pero en ningún
momento planeé hacer nada, tan sólo sentí la necesidad de terminar con la
broma, la necesidad de bañarme en sus labios.
La lógica me dice que ella se lo
esperaba, debido a la situación, pero sé que no en ese preciso instante, tras
haber roto la tensión del momento un instante antes. Lo sé porque ella es como
yo, y yo no me lo hubiese esperado, además, y esto es algo que terminó de
enloquecerme, porque en el primer instante se estremeció, encogiendo el cuello
y el resto del cuerpo, pero devolviéndome el beso.
Ella
Y sin darme cuenta le estaba besando. Durante los primeros cinco
segundos no podía pensar en nada más que su boca y la mía, bailando, pero no
tardó en llegar a mi cabeza:
- - (Dios mío, ¿cómo ha pasado? ¿qué hace él en mi
cuarto? Esto está mal, esto está mal… – pensaba casi por obligación, al mismo
tiempo me hundía de nuevo en su boca, y parte de mí intentaba dar sentido a esa
voz dándole respuesta – ¿Pero por qué está mal? ¿Por qué?)
Durante un segundo, paró, se separó ligeramente su rostro
del mío y nos miramos, como cerciorándose de no ser el único que sentía esa
necesidad.
- - (Esto no puede estar mal – pensé)
Tomó mi rostro con sus manos y me besó de nuevo. Las mismas
manos que instantes después comenzaron a recorrerme por encima de la ropa, provocando
una sensación de hormigueo en todo mi cuerpo, sin embargo una de ellas siempre
volvía cada poco tiempo arriba, y el volvía a tomar mi rostro con una ternura
que jamás hubiera adivinado en él. Fue entonces cuando dejé completamente de
plantearme si estaba bien o mal.
Minutos después, nuestras bocas se separaron, y él comenzó a
recorrer un camino que, conociéndole, sólo podía terminar de una forma.
Recorrió mi mejilla con los labios de camino a mi oreja derecha, donde tanto
como con su lengua, como con sus dientes, me provocó escalofríos, y me hacía
encoger el cuello. Tan sólo me quedé quieta, boca arriba, a su merced.
De repente me percaté en la presencia de unos dedos que,
hasta el momento, se habían contentado con acariciar mi cintura y mi ombligo,
pero que parecían pedir más y más. Comenzó a acariciarme la parte interna de
los muslos, aún por encima de los vaqueros que, dios sabe cómo, aún conservaba.
Jamás me imaginé a mí misma ese día haciendo lo que hice entonces, pero, como
siguiendo una petición que él aún no había formulado, me los quité sin siquiera
levantarme.
Y así continuó, con su lengua
repartiéndose mi boca y mis oídos a partes iguales, y su mano haciendo estragos
en mi sexo, totalmente húmedo a esas alturas, pero siempre por encima de la
ropa interior. Me sentí totalmente a su merced, y mentiría si dijese que no me
gustaba.
Él
¿Cómo demonios había llegado a su habitación? Ya nada me importaba
salvo sentir el momento, y el deseo de transmitirle todo el placer que pudiera.
Me deslicé de nuevo hasta su boca, y le quité la ropa. Acto seguido, casi como
un reflejo, ella llevó a sus pechos las manos, en un absurdo intento de
ocultarlos a mi vista. Eso me conquistó, y mientras ella, en esa posición, me
miraba a los ojos, yo me incorporé y me quité también la camiseta.
Me eché sobre ella y volví a besarla. Sus pechos cálidos
entraron en contacto con mi torso, y jamás hasta ese momento la sentí más
cercana. Comenzábamos a ser uno.
- - ¿Puedo? – Le susurré, a milímetros de su boca.
No me respondió.
- - Me muero de ganas – Le repetí.
- - Haz lo que quieras – susurró.
Y entonces, comencé a bajar, devorando cada centímetro de su
piel a mi paso, primero por su cuello, y más adelante con sus pechos. Con
ambos. Me atreví incluso morder suavemente uno de ellos, satisfecho de mí mismo
al oír un pequeño gemido de dolor proveniente de ella, pero no me detuve ahí,
proseguí mi camino. Al llegar a su cintura, la tomé a ambos lados con mis
manos, y deslicé mi lengua desde su ombligo hasta su entrepierna, sin entrar en
contacto directo con ella.
Me coloqué cómodamente entre sus piernas, y comencé
a acariciar con la boca toda la zona cercana a su sexo, y el interior de sus
muslos, durante más de un minuto, haciéndome de esperar.
Repentinamente y con intensidad, llevé mi lengua de lleno a
su entrepierna, la cual había evitado durante un tiempo para aumentar sus ganas,
y escuché cómo su respiración se hacía más intensa. Continué aún unos minutos
más, siempre por encima de la ropa interior antes de deslizarme cuerpo arriba hasta
su rostro y susurrarle:
-
¿Me vas a hacer esperar mucho más?, quiero
besarte directamente.
Ella
Creí entender lo que quería decirme, y cuando bajó de nuevo,
le ayudé a quitármelo todo. De nuevo, y ahora directamente, me besó como no me
había besado hasta ahora, deslizando su lengua con firmeza y muy lentamente de
arriba a abajo. La sensación que me produjo me hizo morderme el labio,
intentando, por tonto que pareciese, evitar que él oyera cualquier sonido que
saliera de mi boca. En ese momento, me abandoné a mí misma a él, y dejé de
pensar en todo cuanto fuera externo a aquella cama, y a su lengua.
Abrí los ojos, y miré hacia abajo. La imagen era… ¿cómo
decirlo? Pude ver boca arriba, cómo mis pechos la enmarcaban desde los lados,
una imagen tan poderosa que no se me iría de la mente en muchas, muchas noches:
Mi cuerpo desnudo: mis pechos, más abajo mi ombligo, y aún
más abajo, él. Mirándome fijamente mientras se entregaba a su tarea. Esa mirada
me perseguiría mucho tiempo. Lo que con sus ojos me transmitió, lo entendí
perfectamente:
- - (Haciendo esto, estoy disfrutando aún más que tú
recibiéndolo. Y me encantaría hacértelo a diario si así lo quisieras.)
Era más que sus ojos. Era notar
sus manos acariciándome a ambos lados la cintura, hasta los pechos, mientras su
lengua no cesaba en su lento movimiento, que cada vez me enloquecía más. Saber
que esa persona no era cualquiera, sino alguien con quien realmente conectaba.
A partir de ese momento, cerré los ojos y me dejé llevar.
Completamente.
Él
Me encantaba. Verla desde esa posición, con los ojos
cerrados, simplemente entregada, a lo que quisiera hacerle.
Me encantaba cómo el mero movimiento de mi lengua bastara
para que su espalda se arquease hasta ángulos imposibles, cómo abría la boca
involuntariamente cada vez que yo me proponía que lo hiciese. Ella se dio
cuenta de cuánto me gustaba hacerle eso, y eso me encantó aún más.
De repente sonó su móvil: eran sus padres. No podían pasar
por la barrera del parking, y se retrasarían. En ningún momento dejé de devorar
su entrepierna mientras hablaba por teléfono. Es más, me propuse hacerlo más
intensamente aún, realizando con la lengua movimientos mucho más rápidos, hacia
los lados. Sus gemidos se intensificaron, lo que tan sólo consiguió que
aumentase más aún mi deseo de hacerlo aún más intensamente: de hacerla llegar.
Y no tardó, en menos de dos minutos en los que me propuse
llevarla al cielo, estalló en mí. Lo supe por el movimiento de sus piernas,
segundos antes, y por cómo se tensaron y estremecieron las mismas, segundos
después, pero sobre todo, por cómo, en ese preciso momento, dejó de jadear,
dejó de gemir, aguantando la respiración, aguantando las ganas de gritar al
mismo tiempo que con una mano me cogió fuertemente del pelo y con la otra me
arañaba la espalda.
Cuando eso pasó, sonreí hacia mis adentros y seguí un tiempo
más, tratando de alargar su clímax todo cuanto pudiese, y al término, la besé
con cariño, como si de su boca se tratase, y subí de nuevo a su altura.
Nos miramos. Ella aún respiraba con dificultad, y sonreímos a la vez.
Ella
Estaba en una nube. Todo cuanto me apetecía era cerrar los
ojos y caer dormida, pero si me entregaba al sueño, él no estaría conmigo. Pasaron
unos minutos en los que acariciaba mi cuerpo suavemente, y yo, me acurruqué
contra él, de lado, subiendo una pierna por encima suyo.
Lo que vendría a continuación, lo sabía, tan sólo quería
unos instantes de descanso. Cuando recuperé el aliento le recorrí con mis
manos, como había hecho él conmigo, largo tiempo atrás, parecía. Me sorprendí
al ver que él aún llevaba pantalones. Se los desabroché.
- - Oye, ¿Adónde te crees que vas? – me dijo.
- - Me toca – respondí, con tono de juego.
Entonces se echó sobre mí y pegó su cuerpo completamente al
mío. Ambos estábamos completamente desnudos, y noté cómo su torso caliente
entraba en contacto con el mío, y más aún, cómo su miembro, duro como estaba,
entraba en contacto ligeramente con mi entrepierna. Volvió a besarme.
- - De eso nada. Aquí la única que tiene que
disfrutar, eres tú, no yo.
Dicho esto, me separó ambas piernas con suavidad, y se
hundió en lo más profundo de mí. No podría definir con palabras la sensación que
llegó a mi cuerpo ante esa primera embestida. Y no pude evitar un primer
gemido, aunque traté de controlar los que vinieron después. Con la boca había
sido certero, sí, pero esto era… era muy diferente. Le cogí del rostro, y como
había hecho antes él conmigo, lo guié hasta mi boca.
Me sentía suya. Deseé que no acabase nunca, o en su defecto,
que el momento se alargase lo máximo posible. Agarró mi pierna izquierda y la
elevó más aún, quedando mi rodilla a la altura de mi rostro, y profundizó más
aún en mí. Ya no podía evitarlo, cada vez que estaba dentro, leves gemidos
escapaban de mi boca sin que yo pudiese hacer nada. Rocé de nuevo el clímax,
pero esta vez, no lo alcancé. El paró justo en ese momento y me cogió en peso,
volteándome sobre él al tiempo que se tumbaba boca arriba a un lado de donde
estábamos.
- - ¡No…! – me quejé, – estaba a punto…
Me cogió en brazos y me colocó encima suyo.
- - Lo siento – se disculpó. Hazlo como tú quieras
ahora.
Él
Me sentí suyo.
Ella se inclinó para besarme al mismo tiempo
que llevaba una mano entre sus piernas, guiándome a su húmedo interior. No
cabía en mí mismo: ¿de verdad era todo real? Comenzó a cabalgarme: primero
lentamente, y cada vez con más fuerza, hasta que llegó a mis oídos el sonido de
la cama golpeando la pared. Verla ahora, tomando la iniciativa, disparó mi
excitación hasta el punto que tuve que decirle:
- - Ve más despacio, vas a hacer que termine… y
quiero seguir.
Bajó muy poco el ritmo, pero lo suficiente para que yo
recuperase el aliento. Llevé mis manos a su cintura hasta sus hombros y la
atraje para que se inclinase hacia mí, pudiendo besarla y, ahora, recuperando
la iniciativa, moviéndome con, y más aún que ella.
En ese momento, otro impulso se
me vino a la cabeza: no me lo pensé. La azoté con fuerza y agarré sus nalgas al
tiempo que la embestía aún más deprisa. Lo que vino después fue interesante.
Ella me miró, yo la miré, frené ligeramente el ritmo, y ambos nos reímos ante
la situación que se había dado.
Ella
Eso había sido muy raro, aunque divertido. De repente, me
quitó de encima, empujándome a un lado, quedando yo de costado y dándole la
espalda. Sin darme tiempo a mover un solo músculo o a decir nada, agarró con
una mano mis pechos y con la otra mi rostro para besarme, al mismo tiempo que se
introducía de nuevo en mí. “¿Cuánto más podrá aguantar?”, me pregunté.
Con su mano dobló aún más mis
piernas, siendo cada embestida más profunda y lenta que la anterior. Tras eso,
cogió mi propia mano con la suya, y la guió hasta mi entrepierna, invitándome a
darme aún más placer frente a él. Lo primero que noté con mi mano fue su
miembro, entrando y saliendo de mí. Era realmente duro al tacto, y durante un
tiempo quise sentirlo así, también en la mano, y más tarde consentí su deseo,
de tocarme mientras me hacía el amor.
Él
Y entonces, con mi mano derecha, recorrí de nuevo su cuerpo
camino arriba, apreté ahora fuertemente uno de sus pechos y comencé a moverme
más y más rápido, queriendo que llegase de nuevo. Su reacción a ese repentino
cambio de intensidad fue más que perceptible. Llevé mi mano a su cuello y
apreté ligeramente, con toda la brusquedad que me permitía tener con algo tan
bello como era ella, algo que quería proteger, y le susurré:
- - Cállate… ¿es que quieres que nos oigan? – dije
en un tono que sé que la volvió loca.
Y así, con mi mano apretando su cuello, mi boca fundida en
la suya llegué al clímax. Mi mano pasó a apretarla más fuertemente, mi boca
mordió sus labios y agarré su pelo con tanta fuerza que más adelante temí
haberle hecho daño. Me deslicé rápidamente fuera de ella, y terminé sobre su
espalda y parte de su trasero. Tanto ella como yo estábamos jadeando,
exhaustos.
Me quedé en esa misma posición: de lado, abrazándola. Besé
nuevamente su mejilla con ternura. Pasaron unos instantes de silencio en los
que sólo pudo escucharse nuestra respiración. Antes incluso de haber retomado
el aliento, le dije:
- - No te conozco, y te quiero: ¿me lo explicas?
- - No podría. Yo… tan sólo quiero quedarme aquí –
me respondió.
Ellos
De repente, volvió la luz. Ambos pensaron lo mismo. Si
quisieran, podían fingir que todo había sido un sueño. Un sueño aislado, fuera
de la realidad.
Podían.
Pero entonces ese pensamiento se evaporó, en la mente de ambos.